Nada es verdad ni es mentira: Todo depende del color del cristal con que se mira.
…La tarde de ojos grises se adentra fría y oscura con resaca de mal vino. La calle del Perpetuo Desamparo no tiene apenas más compañías que las de aquellas tristes a quienes se tacha de vida alegre y que desde hace años la trabajan de trasnoche sin agradecerle siquiera del servicio que les presta sin tasas, sin peajes ni cuotas; sin obligaciones ni preguntas.
En una esquina, un perro vagabundo busca amo renegando ya de hambres y soledades… penares que no han compensado una libertad que nunca disfrutó ni siente; y mueve cabizbajo, entre patas su rabo de lejos a quien quiera que sin dejar ver intención de detenerse ni reducir; prietos los andares y bajos los ojos, pasa cerca del ciego que dice muchas veces ser su amigo y que muy pocas sabe; cree él, cuando anda por su alrededor.
Él, el ciego, extiende pedigüeño una mano: la de alterne, la más caliente; una que mecánica, sale y entra del descosido bolsillo de turno de un sucio y miserable abrigo gris, y que de palma, a medio abrir, de esperanzas vacía; exhibe a desgana sin decidirse por mendigar de quienes presiente el paso un poco más de vida o un poco más de muerte. Él, que nunca supo nada de nada, que por no saber no sabe qué es ser ciego ni tampoco que él mismo lo es, si que sabe ya a corazón roto que el olvido es lo más parecido a estar muerto cuando uno se tiene por vivo porque pasa hambre de día y frío de noche…
Gerardo Anido